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Carlos Cruz-Diez: “Cuando los países entran en crisis, la gente se refugia en el arte

(21.08.2016)

El maestro del cinetismo se ha convertido en la figura venezolana con más éxito en el arte contemporáneo. Luego de reinventar la experiencia del color, su obra se transformó en una expresión única que retó a la tradición cultural del país

 

El trazo colorido y geométrico de Carlos Cruz-Diez se reconoce a simple vista, aunque la segunda mirada haga cambiar la perspectiva de su obra. Con 93 años recién cumplidos, su trayectoria lo ha convertido en un maestro del cinetismo, movimiento plástico del cual es fundador.

Trascendiendo las vitrinas convencionales, ha llevado sus instalaciones a los espacios públicos donde los colores se viven y evolucionan ante los ojos de los transeúntes que, sin quererlo, se convierten en espectadores y creadores de su experiencia artística.

Incansable y alegre ha construido un estudio permanente del fenómeno cromático, plasmándolo en las calles, los edificios y hasta barcos que recorren el mundo. Su visión crítica y reflexiva del arte también inunda su relación con Venezuela, país que recuerda con cariño pero del que se siente “sumamente inquieto y dolido” ante la situación actual. Sin embargo, su esperanza se mantiene tan viva como él y asegura que “el día menos pensado” hará el viaje de vuelta a Caracas.

El arte “hasta sus últimas consecuencias”

Ha desarrollado su trabajo a partir de la investigación y la experimentación, ¿definiría su arte como un fenómeno más racional que sentimental?

Decidí hacerme de una disciplina de reflexión, después de mi rotundo fracaso sentimental, al pensar que con un cuadrito podía motivar a la gente a terminar con la pobreza. Vendía muy bien los cuadros pero la pobreza seguía aumentando.

Tantos años dedicados al estudio del color le han llevado a decir que el color es una experiencia personal, única y espacial. ¿Por qué se aventuró a estudiar y trabajar un fenómeno tan difuso?

El artista, como el científico, no cree firmemente en las verdades establecidas. Se decía que en el color en el arte ya no había nada que buscar, que todo estaba resuelto.

Dice que trabaja para los demás, para la interpretación de un tiempo, en un presente perpetuo… ¿Siente que eso hace su obra más efímera o más atemporal?

El arte describe y da la noción de su tiempo. Vivimos en una sociedad de lo efímero y del instante.

A lo largo de los años ha trabajado en los soportes más variados, llevando la experiencia del color a espacios inusuales, ¿cómo ha sido el proceso de trabajar con materiales tan complejos?

Se piensa que el único soporte de la obra de arte es un lienzo pintado y colgado de un clavo en la pared, o una “estatua de bronce” colocada sobre un pedestal. El arte es un variado y extenso discurso que puede tener ese o múltiples soportes, depende del nivel de asombro y de revelación que ella genere.

¿Cómo hace para innovar y crear piezas nuevas luego de tantos años?

Cuando con mucho esfuerzo logramos elaborar un discurso, lo convertimos en una plataforma donde nos desplazamos y siempre encontramos sorpresivas soluciones y algo nuevo que decir.

Hace tres meses integró su obra con el experimento de mimetización del artista chino Liu Bolin, pintándose ambos de los colores de su pieza “Cromointerferencia de color aditivo”. ¿Cómo describe la instalación?

La experiencia con Liu Bolin fue sumamente interesante y divertida. Pensé que si pretendo llevar mi investigación hasta sus últimas consecuencias, mimetizarme con una de mis obras, resultaba lógico.
“Venezuela no era el sitio para desarrollar mi propuesta”

Ha hablado del valor de la amistad para los venezolanos, ¿quiénes fueron sus grandes amigos en París, además de Jesús Soto? ¿Cómo han sido sus relaciones con Reverón, Pascual Navarro y Jacobo Borges? ¿Guarda relaciones de amistad con más artistas?

Pude conservar y seguir cultivando las amistades que hice en Venezuela y adquirir lo que París te permite: tener amigos planetarios. Además, los que fueron mis compañeros de la Escuela de Arte, han sido mis admirados y queridos amigos, pero a Reverón lo veía y hablaba con él cuando nos visitaba en la Escuela.

Ha dicho que lamenta no haber desarrollado su vida artística en Venezuela. ¿Por qué decidió partir? ¿Cree que su obra hubiese evolucionado de forma distinta de seguir viviendo en Caracas?

Decidí instalarme en París, porque en la época Venezuela no era el sitio para desarrollar y divulgar una propuesta como la que había elaborado. Si me hubiese quedado en Caracas, no hubiera sido parte del movimiento fundador del cinetismo.

Aunque su trabajo se llevó a cabo desde Paris, muchas de sus obras se ven y se viven en Venezuela. ¿Cómo ha definido su discursos artístico el ser venezolano? ¿Aún se siente venezolano?

Sí, pero el sentirme venezolano no significa que mi obra sea parroquial. El arte es universal, no tiene nacionalidad, ni pasaportes, ni ideologías. El arte es noción de libertad.

¿Cómo fue esa Venezuela que dejó, qué recuerda de ella? ¿De qué color era esa Venezuela y de qué color se la imagina ahora?

La Venezuela de mi infancia y adolescencia no tienen nada que ver con el país actual. Entre los años 1945 y 2000, podría llamarse el período de oro de la cultura venezolana. En Caracas y en muchas ciudades del interior, sucedían extraordinarios acontecimientos culturales. Hubo momentos de que se hablaba de New York y Caracas como los grandes centros del arte, porque en el resto del continente no sucedían cosas tan importantes.

Comenzó haciendo obras de realismo socialista, ¿esto lo llevó a tener vinculaciones con la izquierda en París?

Todo artista e intelectual en principio es un humanista, sea de izquierda o derecha.

¿Por qué no ha regresado a Venezuela en ocho años? ¿Bajo qué circunstancias se dieron sus visitas? ¿Ha encontrado algo similar al país que recuerda?

En 1971 instalé un taller en Caracas y pasaba varias temporadas trabajando y disfrutando mi país. No he vuelto porque las circunstancias actuales me impiden desarrollar mi trabajo convenientemente, por eso Jorge, mi hijo, se instaló en Panamá creando un extraordinario taller con las últimas posibilidades tecnológicas.

¿Ahora que vive más cerca, en Panamá, quisiera venir a Caracas?

Por supuesto, el día menos pensado haré el viaje.

La mala calidad de la educación

¿Dentro de una cotidianidad caótica, como la que viven los venezolanos hoy, queda espacio para apreciar y disfrutar del arte? ¿Qué podría aportar el arte a la situación actual del país?

Cuando los países entran en crisis, la gente se refugia en el arte y la cultura. En este momento la actividad cultural en Venezuela ha tomado mucha importancia.

¿Cómo se siente con la actual situación que vive Venezuela?

Sumamente inquieto y dolido, pero con la esperanza de que la inteligencia y la cordura logren darle solución a lo que el país requiere.

Dice que el problema con la apreciación del arte es de comunicación y educación, ¿cómo propondría a un gobierno trabajar en una educación artística exitosa?

Siempre he pensado que los problemas de Venezuela no son económicos sino consecuencia de la mala calidad de la educación. La educación está basada en aprender al caletre y no en analizar, razonar y pensar. Si al venezolano le hubieran enseñado a pensar, no estuviera viviendo la situación actual.

En 2005 demolieron el “Muro de Inducción Cromática” en La Guaira, una intervención que fue ícono en toda la línea de la costa. ¿Qué sintió cuando se enteró de esa noticia? ¿Se justificaba?

Diseñé el muro porque me pidieron dar una solución al paisaje urbano, tapar la visión caótica hacia los muelles. Al tumbarlo, quedó de nuevo a la vista del caos portuario. Fue sustituido por una reja de tubos de hierro a la orilla del mar, hay que rehacerla cada tres años.

¿Cómo explicar que el arte sea destruido de esa manera?

Cuando uno hace obras para el espacio urbano, corren el riesgo de deterioro y abandono, convirtiéndolas a veces en una calamidad pública. Su permanencia y mantenimiento dependen de la sensibilidad y nivel cultural de los dirigentes políticos y administrativos.

Ha comentado que el Estado venezolano le debía parte de la paga por el piso del aeropuerto de Maiquetía, ¿le pagaron la deuda? Ahora que se ha convertido en un símbolo de quienes emigran, ¿la hubiese hecho diferente? ¿Cuánto tiempo tardó en ella?

Nunca terminaron de pagarme, por eso cuando el Estado me encarga una obra, prefiero regalársela. Creo que el haber hecho la obra para caminarla es correcta, porque es lo que hacemos en un aeropuerto mientras esperamos el avión. La etapa de construcción fue muy bella, porque un instalador se enamoró de la obra y pidió realizarla él solo con un asistente. Tardó tres meses.

¿Cómo surgió el Museo de la Estampa y el Diseño Carlos Cruz Diez? ¿Le hace algún tipo de seguimiento?

Cuando Virgilio Ávila Vivas era gobernador de Caracas, me propuso crear el Museo Cruz-Diez; le dije que era mejor hacer un Museo de la Estampa y del Diseño, para que fuera la ventana de la creatividad venezolana. Nosotros colaboramos con el museo, porque hay un extraordinario y motivado equipo que ha hecho una excelente labor y lo mantiene en constante actividad.

¿De cuál aspecto de su obra o de su vida se siente más orgulloso?

De el haber hecho posible que mis hijos y mi familia participen y disfruten de lo que he logrado estructurar.

Después de 93 años, ¿el color de la vida se desgasta o se intensifica?

Yo creo que se intensifica por la acumulación de vivencias, fracasos y logros.

¿De qué color es Cruz-Diez?

Del color del trabajo, el afecto y de la vida.

Source: La Razón - Mónica Duarte

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