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Los nuevos colores de Carlos Cruz-Diez

(26.06.2016)

Pasar una larga temporada en Panamá le ha permitido reencontrarse con la luz del Caribe y lograr experimentos cromáticos que en otros tiempos no pudo materializar. Se ha cubierto de pintura y ha compartido su visión con un número creciente de artistas jóvenes. Desde allá cuenta qué lo mantiene inspirado y cuál es el secreto de una madurez grata y productiva


“Por aquí estamos, trabajandito. Me tienen de lo más consentido”. Carlos Cruz-Diez podrá estar a punto de cumplir 93 años, pero su picardía y su jovialidad siguen intactas. Ese humor elegante que lo caracteriza sigue dando cuenta de una mente afilada y bien aceitada a diario con ideas, proyectos y una miríada de colores que solo sus ojos expertos saben descifrar, fundir y desarmar. Sigue abierto a los cambios, a las sorpresas y al afecto de los suyos, caluroso y envolvente como la humedad de Panamá. Desde allá, donde ha residido desde hace año y medio, se reporta feliz, rodeado de sus nietos y con mucho trabajo. Aunque aún le cautivan los grises invernales de París, aprecia también este baño intensivo de trópico. “Aquí entre noviembre y diciembre hay una luz maravillosa que es como la de Caracas. Hace 56 años que me fui, pero nunca la he olvidado”.

Sin querer, se ha convertido en una atracción turística para los venezolanos que visitan la capital panameña. Allá va al cine con Edgar Ramírez. Un día posa con Guaco y otro con la Vinotinto. Lo reconoce con gracia; a cada rato termina retratado con todo el que se aparece a visitarlo. Los panameños también reconocen sus méritos y el Museo de Arte Contemporáneo de la capital preparó este mes una subasta para rendirle homenaje.

“La verdad es que aquí todo el mundo me ha tratado muy bien; me ha conmovido mucho el cariño de la gente. Los panameños son muy amables y agradecidos y están muy satisfechos con las obras que estamos haciendo acá”. A principios de año concluyó una de las más vistosas, la instalación de una colosal cromoestructura en la fachada de un edificio llamado Kenex Plaza. Sus 78 metros de largo también se pueden ver internamente desde el estacionamiento, con colores que cambian según la posición del espectador y el paso de las horas.

En estos años ha incorporado sus obras al edificio de un bufete de abogados en Washington, uno en Miami Beach y otro en Sao Paulo. Sigue empecinado en crear fuera de la caja de los dogmas. “Aquí en Panamá me han invitado a dar varias conferencias (entre ellas, una sobre su forma de entender el arte como parte de los célebres TED Talks) y me gusta insistir en que el arte no es solo lo que cuelga de un clavito en un museo, sino algo que también se puede integrar a las calles, las plazas, los lugares de trabajo. El arte en el Caribe ha tenido por tradición una temática muy naturalista, muy folklórica, y hemos tratado de promoverlo como invención, como creación de un discurso propio. Los artistas jóvenes de acá lo han entendido y se acercan a ver cómo lo hacemos en el taller”.

Hace poco se le vio en una colaboración con el artista chino Liu Bolin para su serie Hiding in color, ambos pintados de pies a cabeza ante una obra que Cruz-Diez diseñó especialmente para la ocasión. “Fue muy divertido y emocionante. Me parece que su línea de trabajo es muy original y su idea de mimetizarse me resultó simpática. Si yo vivo en color todos los días, ¿cómo no me voy a integrar a mi obra? Sentí que era un planteamiento coherente y al mismo tiempo humorístico”. Cuenta que la tarea de camuflaje fue compleja y tomó diez horas por el detalle que requiere.

“Como estoy viejito y no querían tenerme tanto rato ahí parado, primero pintaron mi traje y al final me pintaron a mí”. ¿Y qué tal fue sacarse luego todo aquello? “Pasé dos horas en la ducha enjabonándome. Para sacarme la pintura del pelo, mi nuera me metió la cabeza en el fregadero y me restregó con detergente en polvo hasta que se me salió”. Si conservara las enormes patillas que usaba en la década de los setenta, el grado de pegoste habría podido ser mucho más grave. “Es verdad”, concede jocoso. “Así no hubiera sido posible”.

La mudanza

Recalar en Panamá tuvo sus motivos. Cuando la dificultad en conseguir materiales para el taller que aún conserva en Caracas fue acrecentándose, su hijo Jorge le abrió otro espacio creativo en aquel país hace ocho años, llamado Articruz. Allí se ensambla no solo parte de su obra, sino la de otros artistas. “Para mí es muy cómodo, porque como pasa tanto comercio por aquí, es muy fácil conseguir todos los insumos que necesito y también transportar las piezas. Además, es un lugar muy amplio que me permite experimentar con obras de gran formato. Vine porque hace un año empezó la mudanza de mi taller de París, que tenía repartido en varios locales pequeños, y lo estamos integrando en un solo lugar más grande en la misma ciudad; entonces, mientras mis hijos Carlos y Adriana organizaban todo, me mandaron para acá”. La ocasión le ha permitido compartir más con parte de sus nietos –que tienen una galería de arte– y recorrer el país con ellos.

Eso no impide que siga monitoreando sus trabajos en curso en París. Tiene cámaras con las que puede ver cómo van ensamblándose las obras y hacer correcciones. “Creo que ese es uno de los privilegios de vivir en esta época; estar en contacto permanente con la gente. Esos avances me han permitido muchas cosas. Tengo gente que me ayuda a construir mis ideas, pero yo soy el que sigue diseñando y creando y en este taller de Panamá tengo una tecnología de punta que por fin me está permitiendo realizar obras que se me ocurrieron en 1963, y que antes nunca pude llevar a cabo porque necesitaban extrema precisión. Si hay un defecto, eso es lo que la gente ve, no lo demás. Por eso las tenía pendientes. Yo las llamo Cromointerferencias espaciales, obras en las que el color flota en el espacio”.

¿Estando tan cerca de Caracas, no le provoca venir? “Sí quiero, pero por la salud, la altura no me conviene. El médico me dice que me quede tranquilito y yo no le he estado haciendo mucho caso (risas). De hecho estamos viendo cómo me voy a devolver a París en unos meses, si en barco o en avión”. Relata cómo la última vez que vino a Venezuela, hace unos ocho años, se enteró de que ya había dejado este plano. “Me recibió una muchacha muy amable en la taquilla de inmigración y me dijo: ‘Bienvenido a su país’. Yo todo contento le di las gracias y ella me preguntó si últimamente no había tenido problemas con mi pasaporte. Le dije que no y me respondió que el sistema decía que yo había fallecido”, cuenta con una carcajada. “¿Cómo va a ser? ¡Señorita, no me diga eso! Yo pensando que estoy llegando de París y resulta que volví del más allá”.

El encanto del presente

Hasta el 12 de junio, en La Caja del Centro Cultural Chacao tuvo lugar una exposición de varios de sus trabajos recientes. “Para esa muestra envié obras planas, que fueron con las que comencé y que han sido la base de mi investigación a través de los años. Me interesa cómo sacar el color del plano con una dialéctica de espacio, luz, ángulo, saturación... Se llamó Efímeras porque una exposición es un evento muy concreto del que te llevas una vivencia, un recuerdo, y si acaso, un cataloguito. Esta vez consideramos obras grandes que se imprimen, se pegan sobre el muro y al final se destruyen”. No estaban en venta ni tenían un fin comercial: solo plasmar su discurso para que otros pudieran disfrutarlo. Actualmente, otras piezas están expuestas en galerías y museos de Santiago de Chile, Londres, París, Frankfurt y Miami.

No comulga con la premisa de que la tercera edad es para engavetarse y descansar. “Voy a cumplir 93 y ni cuenta me he dado. Pienso que la vida es una sucesión de proyectos y yo sueño todo el tiempo con probar las ideas que se me ocurren. Mientras exista esa ilusión, no te das cuenta de que el tiempo pasa. Los achaques se te olvidan. No tengo la agilidad de los 60, pero sigo trabajando igual porque lo disfruto mucho”, explica. “También supongo que llegar con energía a esta edad tiene que ver con las circunstancias de cómo te ‘fabricaron’: yo nací en una época en la que toda Caracas era como una gran hacienda, en la que se respiraba aire puro y a uno lo criaban dándole alimentos saludables. Creo que todo eso influye. Llevar una vida sana, tener proyectos y sobre todo mucha alegría de vivir”.

Declaración de principios

Creo en el amor, la familia y el arte; creo en la inteligencia y la buena fe de la gente •Me desesperan el mal gusto y la estupidez •No creo en los discursos políticos ni en las ideologías •Disfruto de la buena mesa, de la lectura y de la música •Deseo mucha salud para mi entorno y para mí. Para Venezuela, también deseo que la lucidez se apodere de sus ciudadanos; que se aprenda a reflexionar más para no seguir cometiendo errores.

Source: El Nacional - Magaly Rodríguez

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